
Pregunta:
Respuesta:
El Vaticano II responde:
El Padre de las misericordias quiso que la Encarnación fuera precedida por el consentimiento de la Madre predestinada, para que así como la mujer tenía parte en provocar la muerte, así también la mujer contribuyera a la vida. Esto es especialmente cierto en el caso de la Madre de Jesús, que dio al mundo la Vida que renueva todas las cosas y que fue enriquecida por Dios con dones apropiados para tal papel. (Lumen gentium 56).
Ella es la mujer virgen que el profeta Isaías dijo que concebiría y daría a luz un hijo (cf. Is 7; Mt 14). Y ella es María, que, siendo inmaculadamente concebida, permaneció sin pecado. Fue mediante su consentimiento —y su humildad como esclava del Señor— que ella le dio a Jesús su cuerpo, y su cuerpo es lo que nos salvó.
El Papa Juan Pablo II escribió en Mulieris Dignitatem:
“Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su hijo, nacido de mujer”. Con estas palabras de su Carta a los Gálatas (4), el apóstol Pablo vincula los principales momentos que determinan esencialmente el cumplimiento del misterio «predeterminado en Dios» (cf. Ef 4). El Hijo, el Verbo, uno en sustancia con el Padre, se hace hombre, nace de una mujer, en “la plenitud de los tiempos”. Este acontecimiento marca un punto de inflexión en la historia del hombre en la tierra, entendida como historia de la salvación. Es significativo que San Pablo no llame a la Madre de Cristo por su propio nombre “María”, sino que la llame “mujer”: esto coincide con las palabras del Protoevangelio en el libro del Génesis (cf. 1). Ella es esa “mujer” que está presente en el acontecimiento salvífico central, que marca la “plenitud de los tiempos”: este acontecimiento se realiza en ella y a través de ella. (MD 9)