
Pregunta:
Respuesta:
Al contrario de lo que representan muchas obras de arte, las torturas de infierno experimentados por los condenados no están al final del atizador al rojo vivo de un demonio. Dios tampoco está avivando los fuegos del infierno para poder disfrutar del sufrimiento y la miseria de los condenados mientras se asan en los fuegos eternos.
Las torturas del infierno son autoimpuestas. La Iglesia enseña que los tormentos sufridos por “los condenados sufrirán tanto en la mente como en el cuerpo, porque tanto la mente como el cuerpo tuvieron parte en sus pecados. La mente sufre el 'dolor de la pérdida' en el que es torturada por el pensamiento de haber perdido a Dios para siempre, y el cuerpo sufre el 'dolor de los sentidos' por el que es torturada por el pensamiento de haber perdido a Dios para siempre, y el cuerpo sufre el 'dolor de los sentidos: por el cual es torturado en todos sus miembros y sentidos' (catecismo de baltimore, lección 7. pregunta 380).
Discurso del Papa Juan Pablo II en la Audiencia General de 1999 sobre el infierno:
1. Dios es el Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero el hombre, llamado a responderle libremente, puede desgraciadamente optar por rechazar de una vez por todas su amor y su perdón, separándose así para siempre de la gozosa comunión con Él. Es precisamente esta trágica situación la que explica la doctrina cristiana cuando habla de condenación eterna o infierno. No es un castigo impuesto externamente por Dios sino un desarrollo de premisas ya establecidas por las personas en esta vida. La dimensión misma de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede, en cierto modo, percibirse a la luz de algunas de las terribles experiencias que hemos sufrido y que, como se dice comúnmente, hacen de la vida un "infierno".
En sentido teológico, el infierno es otra cosa: la consecuencia última del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo cometió. Es el estado de quien rechaza definitivamente la misericordia del Padre, incluso en el último momento de su vida.
La “condenación eterna”, por tanto, no se atribuye a la iniciativa de Dios, porque en su amor misericordioso sólo puede desear la salvación de los seres que creó. En realidad, es la criatura quien se cierra a su amor. La condenación consiste en la separación definitiva de Dios, libremente elegida por la persona humana y confirmada con la muerte, que sella para siempre su elección. El juicio de Dios ratifica este estado.