
Pregunta:
Respuesta:
Ser ritualmente impuro no era un juicio moral en la Ley Antigua. Más bien, esta condición se refería a diversos fenómenos que generan una sensación de asombro, temor o reverencia por Dios y sus obras, pero que también perturban tanto la imaginación que la distraen potencialmente de la tarea práctica de llevar a cabo el culto divino. La emisión de la semilla humana, la sangre vital, varias deformidades extrañas y enfermedades, todas ellas eran indicaciones de la presencia solemne del poder de Dios, y el contacto con ellas causaba una impresión que necesitaba ser atenuada para poder adorar a Dios en tranquilidad relativamente mayor.
El nuevo pacto en el culto establecido por el Salvador no tiene esencialmente ninguna de estas prohibiciones, pero sigue siendo cierto que la tradición de la Iglesia ha mantenido en varios momentos y en diversos grados la abstinencia del contacto sexual o de comida y bebida en relación con el cumplimiento de los deberes del culto divino. La Iglesia incluso tiene en su ley actual que quien ha derramado sangre humana o se ha mutilado está impedido de ser ordenado para el culto público.
De modo que la sensación de que ciertos fenómenos visibles y humanos influyen en nuestras disposiciones para el culto sigue vigente. Esto es mucho más claro en la práctica de las Iglesias orientales que en la disciplina severamente limitada del rito romano actual.