
Pregunta:
Respuesta:
Si vamos al cielo, nuestro corazón se habrá conformado libremente a Dios y su voluntad para nuestras vidas. De lo contrario, no podríamos entrar al cielo (Apocalipsis 21:27). Entonces todos nuestros deseos serán buenos. Y podemos estar seguros de que Dios nos cumplirá perfectamente, como indica San Pablo:
Lo mismo ocurre con la resurrección de los muertos. Lo que se siembra es corruptible, lo que se resucita es imperecedero.
Se siembra en deshonra, resucitará en gloria. Se siembra en debilidad, resucita en poder.
Se siembra cuerpo físico, resucita cuerpo espiritual. Si hay un cuerpo físico, también hay un cuerpo espiritual. . . . Como era el hombre del polvo, así son los que son del polvo; y como es el hombre del cielo, así son los que son del cielo. Así como hemos llevado la imagen del hombre del polvo, así llevaremos la imagen del hombre del cielo. Os digo esto, hermanos: la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni lo corruptible hereda lo incorruptible.
¡Mira! Te digo un misterio. No todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esta naturaleza corruptible se vista de incorrupción, y esta naturaleza mortal se vista de inmortalidad. Cuando lo corruptible se vista de incorrupción, y lo mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “Sorbida es la muerte en la victoria” (1 Cor. 15:42-44, 48-54).
De hecho, veremos a Dios “tal como él es”, es decir, cara a cara (1 Juan 3:2). La Iglesia afirma que “el cielo es el fin último y la realización de los anhelos humanos más profundos, el estado de felicidad suprema y definitiva (CIC 1024; ver también CCC 1023-29).