
Jesucristo tenía poder para perdonar los pecados y confirió este poder a los apóstoles y, a través de sus sucesores los obispos, a los sacerdotes. Aunque los sacerdotes son pecadores ellos mismos, tienen la autoridad de Cristo para perdonar los pecados a través de el sacramento de la confesión.
“Y allí le trajeron un paralítico acostado en una camilla. Jesús, al ver su fe, dijo al paralítico: "Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados". Entonces algunos de los escribas dijeron para sí: "Este hombre está blasfemando". Jesús sabía lo que estaban pensando y dijo: '¿Por qué abrigan malos pensamientos? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados” o decir: “Levántate y anda”? Pero para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados", dijo entonces al paralítico: "Levántate, toma tu camilla y vete a casa". Se levantó y se fue a casa. Cuando las multitudes vieron esto, quedaron asombradas y glorificaron a Dios, que había dado tal autoridad a los seres humanos” (Mateo 9:2-8).
“Quien a vosotros oye, a mí me escucha. Quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza. Y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió” (Lucas 10:16).
“[Jesús] les dijo otra vez: 'La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así también yo os envío.' Y entonces sopló sobre ellos y les dijo: A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos” (Juan 20:21-23).
“Y todo esto proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación, es decir, Dios reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin imputarles sus transgresiones y confiándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. . Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios apelara por medio de nosotros” (2 Cor. 5:18-20).