
El sacerdocio católico en Estados Unidos no ha tenido buena prensa, en detrimento de miles de buenos sacerdotes que sirven a la Iglesia. Ha habido dos problemas principales dentro del sacerdocio: la disidencia teológica generalizada y la tolerancia del comportamiento homosexual. Permítanme ofrecer una propuesta respecto de esto último.
Conozco sacerdotes homosexuales que viven castamente. Reconocen que tienen un trastorno y logran solucionarlo, algo así como el alcohólico que, a través de un grupo de apoyo, logra mantenerse sobrio. Estos sacerdotes merecen nuestro respeto.
Por otro lado, hay sacerdotes homosexuales que son “gays”: han elegido vivir el estilo de vida homosexual. Es de las filas de estos sacerdotes de donde han surgido la mayoría (no todos, hay que reconocerlo) de los casos de abuso. El escándalo sacerdotal no ha tenido que ver tanto con sacerdotes que abusan de niños como con sacerdotes homosexuales que manifiestan su homosexualidad con adolescentes y adultos jóvenes.
Muchos se han preguntado qué se puede hacer para resolver el problema de la homosexualidad “gay” en el sacerdocio. Aquí hay un posible esquema:
- Si un sacerdote es “gay” (lleva un estilo de vida homosexual) debe ser retirado del ministerio de inmediato y en silencio. No debería tener ningún puesto de autoridad o responsabilidad en la Iglesia y, en cambio, debería buscar un empleo secular. (¿Algunas diócesis tendrán escasez de personal? Sí, pero es una lástima. Simplemente apriete a más personas en menos bancos hasta que se capaciten a nuevos sacerdotes).
- Si un sacerdote es homosexual pero no “gay” (es decir, si vive castamente), déjele continuar en el ministerio hasta su jubilación normal.
- Excluir de la formación y ordenación del seminario a cualquier homosexual, ya sea “gay” o casto. El primero trae consigo demasiado equipaje, y el segundo no debería inscribirse en un trabajo “sólo para hombres” que lo hará vivir con otros hombres (lo que lo acercará a ocasiones de pecado). Incluso si el homosexual casto cree que tiene un llamado al sacerdocio, sería poco caritativo para él admitirlo a la ordenación, dada la situación actual. Se le debe animar a servir a la Iglesia de otras maneras.
Este tercer punto puede que algunos lo encuentren demasiado estricto. Como dije, he conocido a sacerdotes fieles que resultaron ser homosexuales. Si el sacerdocio en este país fuera saludable, poco o ningún daño resultaría de ordenar a homosexuales castos cuya homosexualidad se mantiene en privado. Pero no vivimos en tiempos normales. Vivimos con un sacerdocio que ha sido dañado por la homosexualidad “gay”. Hasta que se repare el daño, debemos actuar de manera conservadora.
El proceso de tres pasos que propongo resolvería el escándalo de los abusos casi de la noche a la mañana, al deshacerse de los sacerdotes que causan la mayor parte de los abusos, y sanaría el sacerdocio en Estados Unidos durante las próximas décadas. Causaría inconvenientes en las diócesis con una alta proporción de sacerdotes “gays”, pero esos inconvenientes pasarán pronto y, en cualquier caso, es más aceptable que la situación actual.
No es coincidencia que al resolver el problema de los “gays” en el sacerdocio, avanzaríamos mucho hacia la solución de ese otro problema: la disensión teológica en el sacerdocio.