
Los defensores de la simplicidad divina afirman que Dios en realidad no se enoja. Aunque nos parezca que Dios se enoja con las cosas, esto es simplemente la interpretación humana de Dios, y no lo que realmente está sucediendo.
Hay algunas objeciones. Primero, podría parecer racional decir que Dios se enoja con las cosas. A veces vemos esto en las Escrituras, como cuando los israelitas adoran al becerro de oro. Además, parece como si Dios se enojara ante el pecado. Si veo un montón de cosas pecaminosas, es probable que me enfade o me enoje. Entonces, ¿por qué no Dios también?
Al hablar de la ira de Dios, es importante notar que no está mal decir que Dios tiene enojo. Después de todo, Dios habla de su ira a lo largo de las Escrituras (Jer. 21:5; Eze. 5:13; Os. 11:8-9).
Sin embargo, el lenguaje de Dios “enojarse” no es exactamente correcto. Los versículos anteriores hablan sólo de la ira de Dios, no de que Dios pase de no estar enojado a estar enojado. En lugar de decir "Dios se enojó", sería más exacto decir: "Ahora estamos notando la ira de Dios".
A modo de analogía, imagine que estoy parado en el lado del conductor (lado izquierdo para los estadounidenses) de mi automóvil. Sería exacto decir que estoy parado en el lado izquierdo del auto. Digamos que luego me muevo hacia el lado del pasajero. Entonces sería exacto decir que estoy parado en el lado derecho del auto. Por muy obvio que parezca, es un gran ejemplo de mi relación a algo que cambia mientras esa cosa sigue igual. ¿El auto cambió de alguna manera? No; más bien, mi relación con el coche cambió. Del mismo modo, si me quemo con el sol mientras mi amigo ni siquiera se broncea, ¿cambia el sol? Por supuesto que no. Lo que cambió no fue el sol, sino mi relación con él. De manera similar, cuando Dios “se enoja”, no es Dios quien está cambiando; es nuestra relación con Dios.
Las descripciones bíblicas de las emociones de Dios son formas en que nos relacionamos con Dios, no cómo él se relaciona con nosotros. Cuando decimos “Dios está enojado”, no estamos diciendo nada acerca de Dios. Más bien, notamos que nos hemos alejado de la infinita bondad de Dios. Usamos términos como “Dios está enojado” para comprender mejor la confusión en la relación. Después de todo, si haces algo que a tu amigo no le gusta, se enojará contigo.
Los humanos nos enojamos porque no podemos pensar en todo a la vez. Como tal, nos enojamos en diferentes circunstancias. Podemos tener una reacción excesiva y podemos equivocarnos sobre lo que es verdaderamente injusto.
Alternativamente, para Dios, la ira no comienza ni termina, y nunca es excesiva o equivocada. Es parte de su perfecto conocimiento y voluntad. (Él también tiene la perfección de la misericordia, que debe tenerse presente).
Aunque pueda parecer racional, si Dios se “enojara” con alguien que peca, lo haría a tiempo y sería influenciado por los humanos. Ambas cosas no están permitidas bajo la visión tradicional de Dios. Puede parecernos que Dios se está enojando, pero sus emociones (a falta de un término mejor) son constantes.
Para entender mejor esto, aquí hay algunas citas del gran San Agustín:
Debemos cuidarnos. . . comprender que la ira de Dios está libre de cualquier emoción turbulenta; porque su ira es una expresión de su método justo de vengarse, como se podría decir que la ley está enojada cuando sus ministros se sienten impulsados a castigar con su sanción (Sobre los salmos, 83, 10).
Y . . .
Ahora bien, cuando se dice que Dios está enojado, no le atribuimos un sentimiento de perturbación como el que existe en la mente de un hombre enojado, sino que llamamos a su justo disgusto contra el pecado con el nombre de "ira", palabra transferida por analogía de emociones humanas (Guía, 36, 33).
Finalmente, aquí hay una cita de Tomás de Aquino analizando la ira como la atribuimos a Dios:
La ira y cosas similares se atribuyen a Dios debido a una similitud de efecto. Por lo tanto, debido a que castigar es propiamente el acto de un hombre enojado, metafóricamente se habla del castigo de Dios como su ira.
Como señala Tomás de Aquino, la “ira” de Dios es una expresión de la interpretación humana de Dios. Consideramos que Dios “se enoja” cuando castiga a los humanos, porque cuando los humanos castigan a otros humanos, la persona que castiga generalmente se siente infeliz. Sin embargo, no es que los humanos hicieran enojar a Dios. Más bien, entramos en una relación con Dios que nos hizo interpretar su amor como ira. Al igual que Adán y Eva no hicieron que Dios cambiara para volverse misericordioso, los humanos no hacen que Dios cambie para volverse enojado.
En general, podemos entender de alguna manera a Dios atribuyéndole emociones humanas, a pesar de que estas emociones son demasiado simples para un ser atemporal, inmaterial e inmutable. Dios no tiene emociones y no cambia, pero los humanos a lo largo del tiempo y en las Escrituras le han atribuido estas emociones a Dios para comprenderlo mejor, a pesar de ser técnicamente inexactas.