
DÍA 229
RETO
“No necesitamos que la Iglesia nos ayude a identificar las Escrituras. La palabra de Dios se autentica a sí misma”.
DEFENSA
Esto constituye una buena retórica, pero no resiste un examen.
La palabra de Dios es poderosa (Sal. 33:6; Ef. 6:17; Heb. 4:12), pero esto no significa que sea autentificada por sí misma. Las Escrituras registran que incluso los profetas podían equivocarse acerca de si una palabra que escuchaban provenía de Dios (1 Sam. 3:2-9).
Tomada literalmente, la afirmación de que las Escrituras se autentifican a sí mismas significaría que el texto de las Escrituras tiene ciertas cualidades que prueban que es (es decir, que lo autentifican como) la palabra de Dios. ¿Cuáles podrían ser estos?
Según la Confesión de Fe de Westminster, “la celestialidad del asunto [en la Biblia], la eficacia de la doctrina, la majestuosidad del estilo, el consentimiento de todas las partes, el alcance del todo (que es dar a todos gloria a Dios), el descubrimiento pleno que hace del único camino de salvación del hombre, las muchas otras excelencias incomparables y toda su perfección, son argumentos por los cuales se evidencia abundantemente como Palabra de Dios” (1:5) . Esta es una retórica conmovedora, pero no se puede convertir en términos prácticos:
- Es imposible establecer una lista de cualidades literarias objetivas que caracterizan a todos los libros de la Biblia y sólo a los libros de la Biblia.
- Incluso si uno lo hiciera, necesitaría argumentar por qué este conjunto de cualidades muestra que es la palabra de Dios.
- ¿Y por qué alguien no podía escribir literatura nueva que también mostrara esas cualidades? De ser así, dichos escritos también se autentificarían como la palabra de Dios y serían nuevas Escrituras.
Para un canon cerrado, sería necesario especificar un conjunto de cualidades literarias que no sólo caracterizaran a la Biblia como única y como la palabra de Dios, sino que también serían imposibles de duplicar.
Esto no es posible, como lo demuestra el hecho de que nadie aplica realmente esta prueba. Aquellos que afirman que las Escrituras se autentifican a sí mismas (incluidos los autores de la Confesión de Westminster; ver Día 236) terminan apelando a factores distintos al texto, como el testimonio del Espíritu Santo, lo que significa que el texto no se autentifica a sí mismo.