
DÍA 3
RETO
“¿Por qué deberíamos molestarnos en orar? Si Dios lo sabe todo, sabe lo que necesitamos y no podemos hacerle cambiar de opinión porque es inmutable”.
DEFENSA
La oración no se trata de darle información a Dios o cambiar de opinión. Es una actividad que él quiere que hagamos porque nos saca de nosotros mismos y construye relaciones con él y con nuestros semejantes. Por eso lo premia.
Jesús señaló que la oración no se trata de darle información a Dios: “Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis” (Mateo 6:8). La razón por la que Dios quiere que oremos es para que eso nos impida encerrarnos en nosotros mismos. Él quiere que tengamos una relación con él: que pensemos en él, que nos preocupemos por complacerlo, que lo amemos. Los seres humanos construyen relaciones hablando, y por eso Dios nos recompensa cuando hablamos con él y nos relacionamos con él de la manera que podemos. También quiere que nos preocupemos unos por otros y que no pensemos exclusivamente en nuestras propias necesidades. De este modo
él lo recompensa cuando oramos por los demás.
De esta manera, el pueblo de Dios se construye a través del amor y la mutua
inquietud. Cuando oramos, salimos de nosotros mismos para preocuparnos tanto por Dios como por nuestro prójimo.
Como Dios ya sabe lo que necesitamos, orar no es algo que le ayude. Nos ayuda. Nos rescata de la irreflexión y nos convierte en personas mejores y más amorosas.
Tampoco cambia la opinión de Dios. Es cierto que está fuera del tiempo y es inmutable, pero esto no le impide conocer las oraciones que le ofrecemos en determinados momentos del tiempo y recompensarlas.
Santiago notó el hecho de que Dios es inmutable pero da dones a aquellos en el tiempo: “Toda buena dote y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en quien no hay variación ni sombra debida al cambio” ( Santiago 1:17).
TIP
Observe cómo, al orar a Dios y en nombre de los demás, aprendemos a preocuparnos por ambos, ayudándonos así a cumplir los dos grandes mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo (Marcos 12:28–34).